domingo, 17 de junio de 2012

EL POETA INMORTAL




Un hombre trabajado por el tiempo,

un hombre que ni siquiera espera la muerte
(las pruebas de la muerte son estadísticas
y nadie hay que no corra el albur
de ser el primer inmortal),
un hombre que ha aprendido a agradecer
las modestas limosnas de los días:
el sueño, la rutina, el sabor del agua,
una no sospechada etimología,
un verso latino o sajón,
la memoria de una mujer que lo ha abandonado
hace ya tantos años
que hoy puede recordarla sin amargura,
un hombre que no ignora que el presente
ya es el porvenir y el olvido,
un hombre que ha sido desleal
y con el que fueron desleales,
puede sentir de pronto, al cruzar la calle,
una misteriosa felicidad
que no viene del lado de la esperanza
sino de una antigua inocencia,
de su propia raíz o de un dios disperso.
Sabe que no debe mirarla de cerca,
porque hay razones más terribles que tigres
que le demostrarán su obligación
de ser un desdichado,
pero humildemente recibe
esa felicidad, esa ráfaga.
Quizá en la muerte para siempre seremos,
cuando el polvo sea polvo,
esa indescifrable raíz,
de la cual para siempre crecerá,
ecuánime o atroz,
nuestro solitario cielo o infierno.

“Alguien” Jorge Luis Borges.



Mirar el río hecho de tiempo y agua

y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.
Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,
ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.
A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.
Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Itaca
verde y humilde. El arte es esa Itaca
de verde eternidad, no de prodigios.
También es como el río interminable
que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
y es otro, como el río interminable.

“Arte Poética” Jorge Luis Borges.



 En la honda noche universal
que apenas contradicen los faroles
una racha perdida
ha ofendido las calles taciturnas
como presentimiento tembloroso
del amanecer horrible que ronda
los arrabales desmantelados del mundo.
Curioso de la sombra
y acobardado por la amenaza del alba
reviví la tremenda conjetura
de Schopenhauer y de Berkeley
que declara que el mundo
es una actividad de la mente,
un sueño de las almas,
sin base ni propósito ni volumen.
Y ya que las ideas
no son eternas como el mármol
sino inmortales como un bosque o un río,
la doctrina anterior
asumió otra forma en el alba
y la superstición de esa hora
cuando la luz como una enredadera
va a implicar las paredes de la sombra,
doblegó mi razón
y trazó el capricho siguiente:
Si están ajenas de sustancia las cosas
y si esta numerosa Buenos Aires
no es más que un sueño
que erigen en compartida magia las almas,
hay un instante
en que peligra desaforadamente su ser
y es el instante estremecido del alba,
cuando son pocos los que sueñan el mundo
y sólo algunos trasnochadores conservan,
cenicienta y apenas bosquejada,
la imagen de las calles
que definirán después con los otros.
¡Hora en que el sueño pertinaz de la vida
corre peligro de quebranto,
hora en que le sería fácil a Dios
matar del todo Su obra!
Pero de nuevo el mundo se ha salvado.
La luz discurre inventando sucios colores
y con algún remordimiento
de mi complicidad en el resurgimiento del día
solicito mi casa,
atónita y glacial en la luz blanca,
mientras un pájaro detiene el silencio
y la noche gastada
se ha quedado en los ojos de los ciegos.

“Amanecer” Jorge Luis Borges.



Dakar está en la encrucijada del sol, del desierto y del mar.

El sol nos tapa el firmamento, el arenal acecha en los caminos,
el mar es un encono.
He visto un jefe en cuya manta era más ardiente lo azul que en
el cielo incendiado.
La mezquita cerca del biógrafo luce una claridad de plegaria.
La resolana aleja las chozas, el sol como un ladrón escala los muros.
África tiene en la eternidad su destino, donde hay hazañas, ídolos,
reinos, arduos bosques y espadas.
Yo he logrado un atardecer y una aldea.

“Dakar” Jorge Luis Borges.



¿Dónde está la memoria de los días

que fueron tuyos en la tierra, y tejieron
dicha y dolor y fueron para ti el universo?
El río numerable de los años
los ha perdido; eres una palabra en un índice.
Dieron a otros gloria interminable los dioses,
inscripciones y exergos y monumentos y puntuales historiadores;
de ti sólo sabemos, oscuro amigo,
que oíste al ruiseñor, una tarde.
Entre los asfodelos de la sombra, tu vana sombra
pensará que los dioses han sido avaros.
Pero los días son una red de triviales miserias,
¿y habrá suerte mejor que ser la ceniza,
de que está hecho el olvido?
Sobre otros arrojaron los dioses
la inexorable luz de la gloria, que mira las entrañas y enumera las grietas,
de la gloria, que acaba por ajar la rosa que venera;
contigo fueron más piadosos, hermano.
En el éxtasis de un atardecer que no será una noche,
oyes la voz del ruiseñor de Teócrito.

“A Un Poeta Menor De La Antología” Jorge Luis Borges.




lunes, 21 de mayo de 2012

LA GRAN POETA E INMORTAL ALFONSINA STORNI



RAZONES y PAISAJES DE AMOR

I
AMOR


Baja del cielo la endiablada punta
Con que carne mortal hieres y engañas.
Untada viene de divinas mañas
y cielo y tierra su veneno junta.

La sangre de hombre que en la herida apunta
florece en selvas: sus crecidas cañas
de sombras de oro, hienden las entrañas
del cielo prieto, y su ascender pregunta.

En su vano aguardar de la respuesta
las cañas doblan la empinada testa.
Flamea el cielo sus azules gasas.

Vientos negros, detrás de los cristales
de las estrellas, mueven grandes masas
de mundos muertos, por sus arrabales.

II
OBRA DE AMOR


Rosas y lirios ves en el espino;
juegas a ser: te cabe en una mano,
esmeralda pequeña, el océano;
hablas sin lengua, enredas el destino.

Plantas la testa en el azul divino
y antípodas, tus pies, en el lejano
revés del mundo; y te haces soberano,
y desatas al sol de tu camino.

Miras el horizonte y tu mirada
hace nacer en noche la alborada;
sueñas y crean hueso tus ficciones.

Muda la mano que te alzaba en vuelo,
y a tus pies cae, cristal roto, el cielo,
y polvo y sombra levan sus talones.

III
PAISAJE DE AMOR MUERTO


Ya te hundes, sol; mis aguas se coloran
de llamaradas por morir; ya cae
mi corazón desenhebrado, y trae,
la noche, filos que en el viento lloran.

Ya en opacas orillas se avizoran
manadas negras; ya mi lengua atrae
betún de muerte; y ya no se distrae
de mí, la espina; y sombras me devoran.

Pellejo muerto, el sol, se tumba al cabo
Como un perro girando sobre el rabo,
la tierra se echa a descansar, cansada.

Mano huesosa apaga los luceros:
Chirrían, pedregosos sus senderos,
con la pupila negra y descarnada.

POR:
Alfonsina Storni



TU DULZURA

Camino lentamente por la senda de acacias,
me perfuman las manos sus pétalos de nieve,
mis cabellos se inquietan bajo céfiro leve
y el alma es como espuma de las aristocracias.

Genio bueno: este día conmigo te congracias,
apenas un suspiro me torna eterna y breve...
¿Voy a volar acaso ya que el alma se mueve?
En mis pies cobran alas y danzan las tres Gracias.

Es que anoche tus manos, en mis manos de fuego,
dieron tantas dulzuras a mi sangre, que luego,
llenóseme la boca de mieles perfumadas.

Tan frescas que en la limpia madrugada de Estío
mucho temo volverme corriendo al caserío
prendidas en mis labios mariposas doradas.

POR: Alfonsina Storni

FRENTE AL MAR

Oh mar, enorme mar, corazón fiero
De ritmo desigual, corazón malo,
Yo soy más blanda que ese pobre palo
Que se pudre en tus ondas prisionero.

Oh mar, dame tu cólera tremenda,
Yo me pasé la vida perdonando,
Porque entendía, mar, yo me fui dando:
«Piedad, piedad para el que más ofenda».

Vulgaridad, vulgaridad me acosa.
Ah, me han comprado la ciudad y el hombre.
Hazme tener tu cólera sin nombre:
Ya me fatiga esta misión de rosa.

¿Ves al vulgar? Ese vulgar me apena,
Me falta el aire y donde falta quedo,
Quisiera no entender, pero no puedo:
Es la vulgaridad que me envenena.

Me empobrecí porque entender abruma,
Me empobrecí porque entender sofoca,
¡Bendecida la fuerza de la roca!
Yo tengo el corazón como la espuma.

Mar, yo soñaba ser como tú eres,
Allá en las tardes que la vida mía
Bajo las horas cálidas se abría...
Ah, yo soñaba ser como tú eres.

Mírame aquí, pequeña, miserable,
Todo dolor me vence, todo sueño;
Mar, dame, dame el inefable empeño
De tornarme soberbia, inalcanzable.

Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza.
¡Aire de mar!... ¡Oh, tempestad! ¡Oh enojo!
Desdichada de mí, soy un abrojo,
Y muero, mar, sucumbo en mi pobreza.

Y el alma mía es como el mar, es eso,
Ah, la ciudad la pudre y la equivoca;
Pequeña vida que dolor provoca,
¡Que pueda libertarme de su peso!

Vuele mi empeño, mi esperanza vuele...
La vida mía debió ser horrible,
Debió ser una arteria incontenible
Y apenas es cicatriz que siempre duele.

POR: Alfonsina Storni

sábado, 5 de mayo de 2012

NUEVO LIBRO DE POEMAS



El lanzamiento será en agosto o septiembre de 2012.


ALGUNOS POEMAS.

HORIZONTE.

Miro el mar,
con esa calma infinita
que me invita a sentir
que todo es nuevo,
en este cuerpo
que me sustrae,
pensándote a futuro.

Mis ojos,
por fin se abren
para observarme
frente a frente
con mi reflejo
en la luna.

Y mi Ser,
quiebra el silencio.

Hacia tu luz.

POR: MARTÍN REY.



LA ETERNIDAD JUNTO A MÍ.

Quiero sentirte
en mis huesos,
de forma más corporea
de lo que te persivo
en este momento.

Y aunque mi alma
te tiene cerca,
muero en silencio;
como este resto
del mundo
que se sofoca.

Por la urgencia
de morir en pie
ante tu cuerpo
en mi mente.

Pero te amaré
como mi alma pueda;
aunque la Eternidad
pice mis pies
en ese breve instante
de tu amor.
POR: MARTÍN REY.

miércoles, 1 de febrero de 2012

LEYENDAS ARGENTINAS (TERCERA PARTE)

El Chajá



Leyenda Guaraní
El anciano Aguará era el Cacique de una tribu guaraní. En su juventud, el valor y la fortaleza lo distinguieron entre todos; pero ahora, débil y enfermo, buscaba el consejo y el apoyo de su única hija, Taca, que con decisión acompañaba al padre en sus tareas de jefe.
Taca manejaba el arco con toda maestría, y en las partidas de caza, a ella correspondían las mejores piezas, constituyendo el trofeo de su arrojo ante el peligro. Todos la admiraban por su destreza y la querían por su bondad. Muchas veces había salvado a la tribu en momentos de peligro, reemplazando al padre que, por la edad y por la salud resentida, estaba incapacitado para hacerlo.
Aparte de todas estas condiciones, Taca era muy bella. De color moreno cobrizo su piel, tenía ojos negros y expresivos, y en su boca, de gesto decidido y enérgico, siempre brillaba una sonrisa. Dos largas trenzas negras le caían a los lados del rostro. Un tipoy cubría su cuerpo hasta los tobillos, y con una faja de colores que los guaraníes llamaban chumbé, lo ceñía a la cintura.
Las madres de la tribu acudían a ella cuando sus hijos se hallaban en peligro, seguras de encontrar el remedio que los salvara. Era la protectora dispuesta siempre a sacrificarse en beneficio de la tribu.
Los jóvenes admiraban su bondad y su belleza, y muchos solicitaron al Cacique el honor de casarse con tan hermosa doncella. Pero Taca rechazaba a todos. Su corazón no le pertenecía.
Ará-Naró, un valiente guerrero que en esos momentos se hallaba cazando en las selvas del norte, era su novio y pensaban casarse cuando él regresara. Entonces el viejo Cacique tendría, en su nuevo hijo, quien lo reemplazase en las tareas de jefe.
La vida de la tribu transcurría serena; pero un día, tres jóvenes: Petig, Carumbé y Pindó, que salieron en busca de miel de lechiguana, volvieron azorados trayendo una horrible noticia. Al llegar al bosque en busca de panales, cada uno de ellos había tomado una dirección distinta. Se hallaban entregados a la tarea, cuando oyeron gritos desgarradores. Era Petig, que, sin tiempo ni armas para defenderse, había sido atacado por un jaguar cebado con carne humana y nada pudieron hacer los compañeros para salvarlo, pues ya era tarde. El jaguar había dado muerte al indio y lo destrozaba con sus garras. Carumbé y Pindó no tuvieron más remedio que huir y ponerse a salvo. Así habían llegado, jadeantes y sudorosos, a dar cuenta de lo sucedido.
Esta noticia causó estupor y miedo en la tribu, pues hasta entonces ningún animal salvaje se había acercado al bosque donde ellos acostumbraban ir a buscar frutos de banano, de algarrobo y de mburucuyá, que les servían de alimento.
Desde ese día no hubo tranquilidad en la tribu. Se tomaron precauciones; pero el jaguar merodeaba continuamente y muchas fueron las víctimas del sanguinario animal.
El Consejo de Ancianos se reunió para tomar una determinación que pusiera fin a semejante amenaza de peligro para todos.
Y decidieron: era necesario dar muerte a quien tantas muertes había producido.
Para conseguirlo, un grupo de valientes debía buscar y hacer frente a la terrible fiera, hasta terminar con ella.
El Cacique aprobó la determinación de los Ancianos. Pidió a los jóvenes de la tribu que quisieran llevar a cabo esta empresa, se presentaran ante él.
Grande fue la sorpresa del jefe cuando vio aparecer en su toldo a un solo muchacho: Pirá-U.
De los demás, ninguno quiso exponer su vida.
Pirá-U sentía gran admiración y un gran reconocimiento hacia el viejo Cacique. En cierta ocasión, hacía muchos años, Aguará había salvado la vida de su padre, de quien era gran amigo. Fue un verdadero acto de heroísmo el cumplido por el valiente Cacique, con peligro de su propia vida.
Desde entonces, nada había que Pirá-U, agradecido, no hiciera por el viejo Aguará. Por eso, ésta era una espléndida oportunidad para demostrarlo. Él sería el encargado de librar a la tribu de tan terrible amenaza. Así fue que Pirá-Ú, sin ayuda de nadie, confiando en su valor y en la fuerza que le prestaba el agradecimiento, partió a cumplir tan temeraria empresa. Gran ansiedad reinó en la tribu al siguiente día. Todos esperaban al valiente muchacho, deseosos de verlo llegar con la piel del feroz enemigo.
Pero las esperanzas se desvanecieron. Pasó ese día y otros más y Pirá-U no regresó.
Había sido una nueva víctima del jaguar. Nuevamente se reunió el Consejo y nuevamente se pidió la ayuda de los jóvenes guerreros. Pero esta vez nadie respondió... nadie se presentó ante el Cacique. Era increíble que ellos que habían dado tantas veces pruebas de valor y de audacia, se mostraran tan cobardes en esta ocasión.
Taca, indignada, reunió al pueblo, y en términos duros y con ademán enérgico, les dijo:
Me avergüenzo de pertenecer a esta tribu de cobardes. Segura estoy de que si Ará-Naró estuviera entre nosotros, él se encargaría de dar muerte al sanguinario animal. Pero en vista de que ninguno de vosotros es capaz de hacerlo, yo iré al bosque y yo traeré su piel. Vergüenza os dará reconocer que una mujer tuvo más valor que vosotros, cobardes!
Así diciendo entró en su toldo. El padre, que se hallaba postrado por la enfermedad, se oponía a que su hija llevara a cabo una empresa tan peligrosa.
- Hija mía -le dijo- tu decisión me honra y me demuestra una vez más que eres digna de tus antepasa¬dos. Mi orgullo de padre es muy grande. Te quiero y te admiro; pero la tribu te necesita. Mi salud no me permite ser como antes y sin tu apoyo no podría gobernar.
Padre, los dioses me ayudarán y yo volveré triunfante. Si permitimos que el sanguinario animal continúe con sus desmanes no podremos llegar al bosquecillo en busca de alimentos, y la vida aquí será imposible.
Hija mía; otros deben dar muerte al jaguar. Tú eres necesaria en la tribu y no es muy seguro que te libres de morir entre las garras de la fiera.
Padre... tus súbditos han demostrado ser unos cobardes. Creen que el yaguareté es un enviado de Añá para terminar con nosotros, y temen enfrentarlo. Yo debo salvar a la tribu. ¡Permite que vaya, padre mío!
El anciano tuvo que acceder. Las razones que le daba su hija eran justas y claras ¬ y no había otra manera de librarse de enemigo tan cruel.
Y Taca empezó los preparativos para ponerse en viaje ese mismo día al atardecer.
Cuando se disponía a partir, varios jóvenes trajeron la noticia de que los cazadores que partieran hacía una luna, se acercaban. Estaban a corta distancia de los toldos.
Fue para Taca una noticia que la lleno de placer y de esperanza. Entre los cazadores venía Ará-Ñaro, su novio, y él podría acompañarla para dar muerte al jaguar. Impacientes esperaban la llegada de los bravos cazadores, los que se presentaron cargados de innumerables animales muertos, pieles y plumas, conseguidos después de tantos sacrificios y de tantos peligros.
Fueron recibidos con gritos de alegría y de entusiasmo por toda la tribu que se había reunido cerca del toldo del Cacique. Junto a la entrada se encontraba éste con su hija Taca, rodeados por los ancianos del Consejo.
El viejo Aguará saludó con todo cariño a los valientes muchachos, que se apresuraron a poner a sus pies las piezas más hermosas.
- Ará-Naró, después de agasajar al Jefe, se dirigió a Taca, y como una prueba de su gran amor, le ofreció el presente que le tenía dedicado: una colección de las más vistosas y brillantes plumas de aves del paraíso, de tucán, de cisne, de garza y de flamenco. El gozo y la satisfacción se pintaron en el rostro de la doncella, que con una suave sonrisa agradeció el obsequio.
Después... cada uno se retiró a su toldo. Aguará, Taca y Ará-Naró quedaron solos. El sol se había ocultado detrás de los árboles del bosquecillo cercano. Un reflejo rojo y oro teñía las nubes, y como venido de lejos se oyó el grito lastimero del urutaú.
En ese momento, el viejo Cacique comunicó a Ará-Naró la decisión de su hija.
-Hijo mío- le dijo - un jaguar cebado con sangre humana ha hecho muchas víctimas entre nuestro pueblo. El primero fue Petig, que tomado desprevenido, murió deshecho por la fiera. Después Saeyú y otros que, confiados, fueron al bosque en busca de alimentos. Se decidió dar muerte al sanguinario animal; pero Pirá-Ú, encargado de ello, no ha vuelto. Fue, sin duda, una víctima más... Y ahora nadie quiere hacer frente a tan terrible enemigo. Todos le temen creyéndolo un enviado de Añá, imposible de vencer.
Taca, por su parte, ha decidido ser ella quien termine con el jaguar, y piensa partir ahora mismo.
-Taca, eso no es posible- dijo resuelto Ara-Ñaro-. Esa no es empresa para ti. Y los guerreros de nuestra tribu: ¿qué hacen? ¿Cómo permiten que una doncella los aventaje en valor y los reem¬place en sus obligaciones?. -Los jóvenes temen a Añá, y no quieren atacar a quien creen su enviado. -Taca, ¡no irás! Seré yo quien dé muerte al jaguar, y su piel será una ofrenda más de mi amor hacia ti.
-No podrá ser, Ará-Ñaró. ¡He dado mi palabra y voy a cumplirla!... Dentro de un instante saldré en busca del jaguar, y cuando vuelva gritaré una vez más su cobardía a los súbditos del valiente Aguará.
-No has de ir sola, Taca. Espera unos instantes y yo te acompañaré.
¬ Ya debo partir, Ará-Ñaro; “yahá!”…, “yahá!”…(¡vamos!, ¡vamos!).
Pronto se reunió Ará-Ñaró a su prometida, y cuando la luna envió su luz sobre la tierra, ellos marchaban en pos del enemigo de la tribu. La esperanza de terminar con él los alentaba. Cuando llegaron al bosque, Ará-Ñaró aconsejó prudencìa a su compañera, pero ella, en el deseo de terminar de una vez por todas con el carnívoro, adelantándose, lo animaba:
- “yahá!”…, “yahá!”…
Cerca de un ñandubay se detuvieron. Habían oído un rozamiento en la hierba. Supusieron que el jaguar estaba cerca. Y no se equivocaban. Saliendo de un matorral vieron dos puntos luminosos que parecían despedir fuego. Eran los ojos de la fiera, que buscaba a quienes pretendían hacerle frente. Con paso felino se iba acercando, cuando Ara¬Naró, haciendo a un lado a su novia y obligándola á guarecerse detrás de un añoso árbol, se dirigió, decidido, hacia la fiera.
Fueron momentos trágicos los que se sucedieron. ¡El hombre y la fiera luchando por su vida! Ará-Naró era fuerte y valiente, pero el jaguar, con toda fiereza, lanzó un rugido salvaje. Taca, que desde su escondite seguía con ansiedad una lucha tan desigual, se estremeció.
Un zarpazo desgarró el cuello del valiente indio y lo arrojó a tierra. Con él rodó la fiera enfurecida y poderosa.
Taca dio un grito, y de un salto estuvo al lado del animal ensangrentado, que se trabó en pelea con su nueva atacante.
Pero fue en vano. En esa prueba de valientes, ninguno salió triunfante.  
Taca, Ará-Ñaró y el jaguar pagaron con su vida el heroísmo que los llevó a la lucha.
Pasaron los días. En la tribu se tuvo el convencimiento de la muerte de los jóvenes prometidos.
-El viejo Cacique, cuya tristeza era cada vez mayor, fue consumiéndose día a día, hasta que Tupá, condolido de su desventura, le quitó la vida.
Todos lloraron al anciano Aguará, que había sido bueno y valiente, y de quien la tribu recibiera tantos beneficios.  
Prepararon una gran urna de barro, y después de colocar en ella el cuerpo del Cacique, pusieron sus prendas y, como era costumbre, provisiones de comida y bebida.
En el momento de enterrarlo, en el lugar que le había servido de vivienda, una pareja de aves, hasta entonces desconocidas, hizo su aparición gritando: -- “yahá!”…, “yahá!”…
Eran Taca y Ará-Naró, que convertidos en aves por Tupá, volvían a la tribu de sus hermanos.
Ellos los habían librado del feroz enemigo, y desde ahora serían sus eternos guardianes, encargados de vigilar y dar aviso cuando vieran acercarse algún peligro.
Por eso, el chajá, como le decimos ahora, sigue cumpliendo el designio que le impusiera Tupá, y cuando advierte algo extraño, levanta el vuelo y da el grito de alerta: ; "Yahá!..., " "Yahá!"...

lunes, 16 de enero de 2012

LEYENDAS ARGENTINAS (Segunda Parte)

LEYENDA QUICHUA


Vocabulario

Sonko: Corazón

Huasca: Soga

Chirimoya: Fruto del chirimoyo, de sabor muy agradable

Algarroba: Fruto del algarrobo

Mazamorra: Comida hecha con maíz blanco muy cocido en agua

Patay: Pan de harina de algarroba negra

Lechiguana: Avispita que fabrica miel

Turay: Hermano

Puco: Escudilla

Cachu'y: "Haz harina"

Cacuy turay: "Muele harina, hermano"

Ojota: Plantilla de cuero que se asegura a los pies por medio de tiritas de cuero

Yacu: Agua

Yacu-Chiri: Agua fría.


EL CACUY

Sonko y Huasca eran hermanos. Habían quedado huérfanos hacía muchos años, y desde entonces vivían solos en la selva, habitando el rancho que fuera de sus padres.

Sonko era el menor. Alto, fornido y muy trabajador, poseía un corazón tierno, cuyo cariño se volcaba en su hermana, a quien quería como a la madre que perdiera siendo niño.

Pero Huasca no retribuía ese afecto. Por el contrario, siempre se mostraba agresiva con el buen hermano, disputaba con él, lo maltrataba y le hacía padecer en toda ocasión la perversidad que la dominaba.

A pesar de ello, Sonko seguía profesando un profundo cariño a esta hermana cruel.

Tanto la quería, que al ver los jugosos frutos maduros, sólo tenía un pensamiento: recogerlos para Huasca.

Así lo hizo ese día. De vuelta al rancho, cortó los más dulces y sabrosos, los depositó en un canastillo de fibras de yuchán, que él mismo fabricara, y feliz y contento con el tesoro obtenido, corrió hasta su choza a fin de entregarlos a la ingrata.

Mientras corría, pensaba:

"¡Qué contenta se pondrá Huasca! Ella habrá preparado la comida para mi almuerzo, pero yo, en cambio, le regalaré estas hermosas chirimoyas y estas sabrosas algarrobas. ¡Mi hermana es tan golosa! ¡Si su corazón fuera más dulce conmigo! Porque con los demás es muy buena... y es cariñosa... Sólo conmigo es brusca y es mala."

Se detuvo un momento, para comprobar que las frutas no sufrían con la carrera, y continuó sus reflexiones:

"¿Por qué Huasca se mostrará tan dura conmigo? Pero... ¡no importa! Yo conseguiré que me quiera. Con mi cariño lograré el de ella."

Ilusionado por su fe llegó a la choza. Al lado de ésta había un telar rústico, con una manta de vivos colores empezada. Ello le demostró que Huasca había estado trabajando.

Una canción muy suave le llegó desde el interior del rancho. Era su hermana que cantaba.

Alentado y gozoso, al pensar en el regalo que le traía, llamó con voz dulce:

-¡Huasca!... ¡Huasca!... ¡Hermanita!...

Una linda doncella de piel cobriza apareció en la puerta de la choza. La canción se había apagado en sus labios, y una mirada hosca, cargada de rencor, acompañó a sus palabras. Dirigiéndose a su hermano, le respondió en el más brusco de los tonos:

-¡Qué quieres!

Sonko sufrió un desencanto. Le pareció que su corazón se achicaba y le dolía al sentir el desprecio de la perversa doncella. Sin embargo resistió el dolor y nada dijo. Él se había prometido conquistar el afecto de su hermana y no abandonaría la empresa al primer contratiempo.

Con suave voz y tierna expresión, le dijo:

-Mira, golosa, mira lo que he traído para ti.

Al mismo tiempo abrió la cesta cargada de apetitosos frutos, y al verlos, la mala hermana sólo supo exclamar:

-¡Chirimoyas y algarrobas! ¡Cómo me gustan!

Sin una frase de agradecimiento al pobre muchacho, le arrebató la canastilla y entró en el rancho.

El hermano la siguió. No agregó una sola palabra y se sentó dispuesto a almorzar:

En una vasija de barro, la mazamorra se cocinaba al fuego.

Tomó un "puco", y ya iba a llenarlo con el sabroso alimento, cuando su hermana lo detuvo dándole un manotón, al tiempo que le gritaba airada:

-¡Deja eso! ¿O crees que yo cocino para ti? ¡Poca comodidad sería! ¡Pasar la mañana fuera y volver cuando ya está todo hecho! ¡Cuando no hay más que estirar la mano para servirse!

Y, dominante, agregó:

-¡Retírate turay! ¡Cacuy turay!

Pero... Huasca... Yo también he trabajado. He estado recogiendo miel de lechiguana y labrando la tierra pra sembrar... Y ¿quien si no yo cuida nuestra majadita de cabras?

Con el tono más humilde continuó:

-Anda, sé razonable... Sírveme un poco de mazamorra y dame un trozo de patay...

-¡Ya he dicho que no! Si quieres comer, tú te lo has de preparar. ¡Esto es mío! ¡Cacuy turay! ¡Cacuy turay!

-Dame entonces unas chirimoyas de las que traje... -imploró el muchacho.

-Ni una. Para mí dijiste que eran y yo las comeré -terminó inflexible Huasca.

Triste la miró Sonko. Sus ojos brillaron colmados de lágrimas; pero nada respondió.

Cabizbajo salió del rancho. ¿Cómo era posible que su hermana le negara una porción de mazamorra o un trozo de patay cuando él trataba siempre de complacerla? ¿Por qué sería así su hermana? ¿Qué podría hacer él para corregirla?

Sus esperanzas de dulcificar el corazón de la perversa iban perdiendo fuerza. Se sentía incapaz de continuar. Sin embargo, haría una última tentativa.

Ese día lo pasó vagando por el bosque y alimentándose con frutas silvestres.

Entrada la noche, volvió al rancho y se acostó. Una idea fija le impedía conciliar el sueño: cómo lograr el afecto de su hermana.

Por fin, el cansancio lo venció y se quedó dormido.

A la mañana siguiente, muy temprano, volvió a salir de la choza.

Llevaba la intención de conseguir, para su hermana, algo extraordinario, algo que le agradara mucho...

Sonko pensaba:

"Tal vez así, con una dedicación y un deseo de complacerla cada vez mayores, llegará un día en que Huasca corresponderá a este hondo cariño que por ella siento. ¡Qué felices seremos entonces!"

Levantó sus ojos al cielo y, como si hablara con alguien, continuó:

"Viviremos unidos por un afecto profundo y nuestros padres nos bendecirán desde la estrella donde están ahora..."

A su paso, un ave asustada levantó el vuelo. Tan preocupado iba, que apenas prestó atención a este hecho. Tampoco oía el coro de los pájaros que a esa hora era una gloria.

Persistía en su mente la misma idea: merecer el cariño de su hermana.

De pronto, un fruto hermoso llamó su atención. Su color, su brillo y su tamaño lo hacían resaltar entre todos los otros.

¡Ése sería el regalo para su hermana!

Pero, ¡qué alto estaba! Le costaría alcanzarlo... Mas, ¿qué importaban las dificultades cuando el premio iba a ser tan maravilloso?

Y ya no pensó más. Aunque los riesgos eran muchos, lo alcanzaría.

Con la agilidad de un muchacho acostumbrado a trepar árboles y a escalar montañas, Sonko apoyó en una rama baja sus pies calzados con ojotas, y ayudándose con manos, brazos y piernas fue subiendo... subiendo...

Las espinas y las ramas secas arañaban su piel y desgarraban sus ropas. Pero nada importaba. Lo esencial era llegar hasta el hermoso fruto que se ofrecía allá en lo alto.

Continuaba entusiasmado la ascención, cuando lanzó un grito. Una enorme espina se había clavado en su carne. El dolor que le producía era tan intenso que no le permitía sostenerse con la mano herida.

Trato de arrancarse la espina, pero fue en vano. La mano comenzó a hincharse y a tomar un feo color morado.

Debía darse por vencido y abandonar la empresa. Resuelto ya, comenzó a descender.

Una vez en tierra, observó la herida con detención. En un último esfuerzo, arrancó la espina, y la sangre brotó de la lastimadura. Se sintió desfallecer. Su cabeza ardía y tenía la garganta seca.

Con las fuerzas y la desesperación que le prestaba su estado, corrió a la casa. Su hermana sabía preparar un bálsamo con las hojas y las flores del molle... Ella lo curaría y le daría de beber...

Ya le faltaba poco... Un último esfuerzo y llegaría a su rancho.

De lejos divisó a Huasca trabajando en el telar. Cuando estuvo delante, le suplicó:

-¡Huasca, por favor! Quise traerte un fruto hermoso que vi en el bosque, y cuando ya creía alcanzarlo, una espina que se clavó en mi mano me impidió lograr mi deseo. Huasca, hermanita, ¡sufro mucho y tengo sed! ¡Alcánzame un poco de agua!

La hermana se levantó de inmediato. Lo tomó de un brazo y lo ayudó a sentarse.

-¡Oh!. turay... ¡Cómo tienes la mano! Yo te la curaré y traeré agua y miel para apagar tu sed.

Así diciendo, corrió al interior del rancho, y llevando en sus manos un cántaro de barro, fue a una vertiente cercana para llenarlo con agua fresca.

Sonko creía soñar. Mentira le parecía la dedicación de la hermana. Llegaó a bendecir la espina que, al herirlo, le había permitido gozar del cariño y de los cuidados de su querida Huasca.

Corriendo volvió la doncella. Con la carrera el agua que llenaba el cántaro saltaba y caía al suelo salpicando sus piernas desnudas.

Entró al rancho para buscar un "puco" con miel. Con ambas manos ocupadas se presentó ante Sonko.

La ansiedad y el reconocimiento se pintaron en el rostro del hermano. Un dulce bienestar lo invadió al oír que Huasca le decía con dulzura:

-¡Pobre turay! Hermanito..., ¿sufres? ¿Tienes sed? Aquí hay yacu-chiri y miel en abundancia, ¿las ves?

Hizo una pausa, y cambiando de expresión y con la voz ruda de otras veces, agregó:

-¡Pero no son para ti! ¡Prefiero dárselos a la tierra!

Y al tiempo que, ante los ojos azorados del muchacho, volcaba el contenido de las dos vasijas, lanzando una carcajada estridente y burlona, continuó:

-¡Anda tú!... ¡Anda a la vertiente, que allí el agua sobra!... ¡Allí podrás tomar toda la que quieras!

Esto bastó para que el cariño que sentía el muchacho se trocara en un odio intenso contra la perversa hermana.

Un sentimiento de venganza nació en él, tan profundo y persistente, que ya no lo abandonó.

Arrastrándose casi, llegó a la vertiente. Se hechó en el suelo y con avidez bebió el líquido fresco.

Sumergió en el agua la mano herida y se sintió mejor. Un suave sopor lo invadió y a la sombra de un árbol corpulento se quedó dormido.

Cuando despertó, el sol se escondía tras los cerros vecinos. Se levantó y caminó unos pasos. El dolor de la herida persistía.

Decidió ver a la curandera para pedirle algo que aliviara su mal. Y echó a andar en dirección a lo de la "médica".

El canto de los pájaros no se oía ya. Los rumores de la selva se habían apagado. Una estrella lejana brilló en el cielo. La media luz del crepúsculo, con reflejos rojos de incendio, iluminaba la paz de la tierra.

Sólo en el alma del pobre turay rugía, como una tormenta, la venganza.

Con conocimientos de hierbas y emplastos, el muchacho curó. A los pocos días estuvo completamente bien.

¡Cómo había cambiado Sonko! La mirada, antes tierna, era ahora hosca y dura. Su voz había perdido la dulzura de otros días.

Callado y taciturno, continuaba preparando sus planes.

Un día, de vuelta del valle, a donde llevara la majadita de cabras, se dirigió muy resuelto al rancho. Iba a poner en práctica su idea de venganza.

Fingiendo sentimientos que ya no sentía, y con la misma voz de pasados días, llamó a su hermana:

-¡Huasca!... ¡Hermanita! He encontrado para ti algo que te va a dar un gran placer, golosa.

-¿Qué es, turay?

-Una colmena. Si te animas y me acompañas, toda la miel será para ti. La recogeremos y en varias vasijas la traeremos a casa. ¿Me acompañas?

-¡Sí! ¿Sí! En seguida. Ya lo creo que te acompañaré a buscar miel. ¡Si se me hace agua la boca!

-No olvides de llevar un poncho para envolverte la cabeza. Ya sabes que las abejas no abandonan de buen grado la colmena y te picarían sin piedad.

Muy preparados se fueron los dos hermanos. Caminaron entre plantas hermosas de grandes hojas y perfumadas flores. Los piquillines y los mistoles les ofrecían sus frutos dulces. La puya-puya les brindaba sus flores blancas y fragantes. La exuberante vegetación de la selva era allí un maravilloso espectáculo.

Al llegar a un claro del bosque, el hermano se detuvo.

-Aquí es -le dijo-. Envuélvete la cabeza con el poncho, defendiendo tu cara de las picaduras de las abejas. ¿Ves ese árbol tan alto? En la cima está la colmena. ¿Te animas a subir?

-Ya lo creo. Tú me guiarás, pues yo no veré muy bien con mis ojos cubiertos con el poncho.

-No tengas cuidado. Yo te conduciré -la conformó su hermano.

Con mucho trabajo fueron subiendo al árbol que era el de mayor tamaño del lugar.

Una vez que hubo instalado a la hermana, sentada en una horqueta, en lo más alto de la copa, Sonko, fingiendo acercarse a la colmena, sacó de su cintura un hacha y comenzó a descender cortando las ramas que abandonaba.

Así dejó el tronco liso y sin puntos de apoyo para que no pudiera bajar la infeliz Huasca.

Ella, confiada y ajena a lo que sucedía, esperaba que su hermano le indicara la tarea a cumplir.

Cuando Sonko llegó a tierra, se alejó del lugar dejando abandonada y sin defensa a la ingrata hermana.

Pasados algunos instantes, y en vista de que no oía al muchacho, Huasca empezó a temer.

Apartó el poncho de su vista, y lo que vio le hizo temer algo desagradable. Anochecía y su hermano había desaparecido. Lo llamó, primero tranquila, pero al no obtener respuesta, el miedo la dominó.

Con tono quejumbroso y desesperado, que era un lamento, gritó:

-¡Turay! ¡Turay!

Pero el hermano no apareció. Con gran sorpresa de su parte, sintió que sus miembros se endurecían, que toda ella cambiaba de forma y su cuerpo se cubría de plumas. En pocos instantes quedó convertida en un ave cuyo grito lastimero se oía en la quietud de la hora.

-¡Turay! ¡Turay!

Y como recordando la orden que le daba de continuo, repetía:

-¡Cacuy turay! ¡Cacuy turay!

Desde entonces, este llamado, que es un doloroso recuerdo, un verdadero lamento, y que tal vez sea un grito de arrepentimiento, se oye al anochecer, cuando el cacuy se acuerda que fue una hermana cruel y perversa.

Así llama al hermano para pedirle perdón:

¡Turay!... ¡Turay!

Y vuelve a repetir como en otros días:

-¡Cacuy turay!... ¡Cacuy Turay!...

Los que, al anochecer, oyen el grito de esta ave, se estremecen, pues creen escuchar el grito lastimero de una persona. Tal vez es su parecido con el gemido humano.

Referencias

El cacuy es un ave nocturna. Duerme durante el día escondida en algún árbol y aparece cuando el sol se esconde.

Tiene un aspecto desagradable. Su cuello, grueso y corto, sostiene una cabeza chata, en la que se destacan los ojos muy grandes y una boca enorme.

Para posarse busca el extremo de las ramas secas. El color de la corteza es como el del plumaje, pardo con mezcla de negro. Estirada sobre ellas, parece una continuación de la misma rama. En esa forma trata de pasar inadvertida y fuera de la vista de los cazadores.

Hace el nido en los huecos de los árboles con pequeñas ramas y recubre la parte interior con cerdas.

Su canto es un grito quejumbroso y muy fuerte que se oye a gran distancia. Muchos lo confunden con el lamento de un ser humano.

Esta forma de gritar: "¡ca... cuy! ¡ca... cuy!" ha originado el nombre con que la designan los pueblos de habla quichua. Los guaraníes le llaman urutaú.

En la Argentina habita las zonas Norte y Nordeste.

En Tucumán y Santiago del Estero se supone que su grito augura cambio de tiempo.

En Catamarca se tiene la creencia de que, al gritar, anuncia la proximidad de alguna colmena.

Es un ave mágica, se lo llamó antiguamente Kakó Kokó y luego Kakuy por deformación. En Tucumán entre los Lules: Tarpuí - llox; en el Litoral: Urutaú - gueimiene; entre los Jíbaros: Aohó, y en las tribus Guaicurúes: Nabopena - ga-naga. Sus distintas formas de pronunciación se deben a las diferentes lenguas aborígenes.

Su nombre científico es " Nyctibius Griseus Cornutus ".

lunes, 2 de enero de 2012

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domingo, 1 de enero de 2012

LEYENDAS ARGENTINAS (Primera parte)

Kóoch, el creador de la Patagonia
(Leyenda Tehuelche)


Según dicen los tehuelches, hace muchisimo tiempo no había tierra, ni mar, ni sol... solamente existía la densa y húmeda oscuridad de las tinieblas, y en medio de ella vivia eterno, Kooch. Nadie sabe por que, un día Kooch que siempre se habia bastado a sí mismo, se sintió muy solo y se puso a llorar. Lloró tantas lágrimas durante tanto tiempo que contarlas sería imposible.Y con su llanto se formó el mar, el inmenso océano donde la vista se pierde. Cuando Kooch se dió cuenta de que el agua crecía y que estaba a punto de cubrirlo todo, dejó de llorar y suspiró. Y de ese suspiro tan hondo fue el primer viento, que empezó a soplar constantemente, abriéndose paso entre la niebla y agitando el mar. Algunos dicen que fue así , por los empujones del viento, que la niebla se disipó y apareció la luz, pero otros opinan que fue Kooch el inventor de la claridad . Cuentan que en medio del agua y envuelto en la oscuridad, deseó contemplar el extraño mundo que lo rodeaba. Se alejó un poco a través del negro espacio y, como no podia ver con nitidez, levantó el brazo y con su gesto, hizo un enorme tajo en las tinieblas dicen tambien, que el giro de su mano originó una chispa, y que esa chispa se convirtió en el sol. Xaleshén, como llaman los tehuelches al gran astro, se levantó sobre el mar e iluminó ese paisaje magnífico: la inmensa superficie ondulada por el viento, cuyo soplo retorcía cada ola hasta verla deshacerce bajo su tocado de espuma. El sol formó las nubes que de allí en mas se pusieron a vagar, incansables, por el cielo, matizando el agua con su sombra, pintándola con grandes manchones oscuros. Y el viento las empujaba a su gusto, a veces suavemente, y a veces de forma tan violenta que las hacía chocar entre sí. Entonces las nubes se quejaban con truenos retumbantes y amenazaban con el brillo castigador de los relámpagos. Luego Kóoch se dedicó a su obra maestra. Primero hizo surgir del agua una isla muy grande, después puso allí los animales, los pájaros, los insectos y los peces. Y el viento, el sol, y las nubes encontraron tan hermosa la obra de Kóoch que se pusieron de acuerdo para hacerla perdurar: el sol iluminaba y calentaba la tierra, las nubes dejaban caer la lluvia bienhechora, el viento se moderaba para dejar crecer los pastos... la vida era dulce en la pacífica isla de Kóoch. Entonces, el creador, satisfecho, se alejó cruzando el mar. A su paso hizo surgir otra isla cercana y se marchó rumbo al horizonte, de donde nunca mas volvió.Y así hubieran seguido las cosas en la isla de no ser por el nacimiento de los gigantes, los hijos de Tons, la oscuridad. Un día, uno de ellos, llamado Nóshtex, raptó a la nube Teo y la encerró en su caberna. Sus hermanas buscaron a la desaparecida a lo largo y a lo ancho del cielo, pero nadie la había visto. Entonces, furiosas, provocaron una gran tormenta. El agua corrió sin parar desde lo alto de las montañas, arrastrando las rocas, inundando las cuevas de los animalitos, destruyendo los nidos, arrastrando la tierra en una inmensa protesta... Después de tres dias y tres noches, Xáleshen quiso saber el motivo de tanto enojo y aparecío entre las nubes. Enterado de lo sucedido, esa tarde, al retirarse detras de la línea donde se junta el cielo con el mar, le contó a Kóoch las novedades, y Kóoch contestó: Te prometo que, quienquiera que haya raptado a Teo será castigado. Si ella espera un hijo, ése será mas poderoso que su padre. A la mañana siguiente, apenas asomado, el sol comunicó la profecía a las nubes agolpadas en el horizonte y éstas, enseguida, se la contaron a Xóchem, el viento, que corrió a la isla y difundió la noticia aquí y allá, anunciándola a quien quisiera oirla. Y el chingolo se lo contó al guanaco, el guanaco al ñandú, el ñandú al zorrino, el zorrino a la liebre, al armadillo, al puma... Despues, Xóchem sopló el mensaje a la puerta de las cabernas de los gigantes, para que no quedara nadie sin enterarse. Así enscuchó Nóshtex las palabras de Kóoch, y tuvo miedo de su pequeño enemigo, que ya vivía en el vientre de Teo. "Voy a matarlos", pensó,"voy a matarlos y a comérmelos a los dos". Golpeó salvajemente a Teo mientra dormía, arrancó al niño de sus entrañas y, sin mirar a su hijo abandonado en el suelo de la caberna, la despedazó. Pero alguien más, adentro de la cueva había escuchado a Xóchem. Era Terr- Werr, una Tuco-Tuco que vivía en su casa subterránea excavada en el fondo de la gruta, dicen que fue ella la que salvó al bebé, la que sigilosamente, en el mismo momento en que el monstruo levantaba a su hijo para devorarlo, le mordió el dedo del pie con todas sus fuerzas , la que escondió al niño debajo de la tierra antes que el gigante pudiera reaccionar... Sin embargo el refugio era demasiado precario. Nóshtex cruzaba la caberna haciéndola temblar con sus pasos de gigante, recorría la isla buscando al cachorito que apenas había visto, a ese hijo que en cuanto creciera iba a traicionarlo. Entónces Terr-Werr pidió ayuda al resto de los animales ¿donde esconder al bebé? ¿ como ponerlo a salvo del gigante? Cuentan que todos los animales hicieron una asamblea para discutir el asunto. Que Kíus, el chorlo, era el único conocedor de la otra tierra que, mas allá del mar había creado Kóoch antes de recluirse en el horizonte, y que propuso enviar allí al niñito. Así comenzaron los preparativos para la fuga secreta. Una madrugada, cuando el hijo, de Toe y el gigante estuvo listo para partir, Terr-Werr lo llevó a las inmediaciones de una laguna, y lo escondió entre los juncos. Desde allí llamó a Kiken, el chingolo, para que a su vez transmitiera el mensaje: todos los animales fueron convocados para escoltar al niño. Algunos, como el puma, se negaron, otros, como el ñandú y el flamenco, llegaron demasiado tarde . El zorrino iba tan contento al encuentro de la criatura que, al ser interceptado por el gigante, no supo guardar el secreto. Así enterado, Nóshex se dirigió a grandes pasos a la laguna , pero no llegó a tiempo para ver como el cisne se acercó al niño nadando magestuosamente y lo colocó sobre su lomo, ni como carreteó luego para levantar vuelo. Solo alcanzó a distinguir en el cielo, un pájaro blanco que, con su largo cuello estirado y las alas desplegadas, volaba decididamente hacia el oeste. Así, en su colchoncito de plumas, se alejaba el protegido de Kóoch hacia la tierra salvadora de la patagonia.

Nota: Kóoch, el creador de la Patagonia, se vé directamente ligado a la segunda parte de la leyenda; "Los inventos de Elal" ya que es él el héroe creador de los Tehuelches.