lunes, 16 de enero de 2012

LEYENDAS ARGENTINAS (Segunda Parte)

LEYENDA QUICHUA


Vocabulario

Sonko: Corazón

Huasca: Soga

Chirimoya: Fruto del chirimoyo, de sabor muy agradable

Algarroba: Fruto del algarrobo

Mazamorra: Comida hecha con maíz blanco muy cocido en agua

Patay: Pan de harina de algarroba negra

Lechiguana: Avispita que fabrica miel

Turay: Hermano

Puco: Escudilla

Cachu'y: "Haz harina"

Cacuy turay: "Muele harina, hermano"

Ojota: Plantilla de cuero que se asegura a los pies por medio de tiritas de cuero

Yacu: Agua

Yacu-Chiri: Agua fría.


EL CACUY

Sonko y Huasca eran hermanos. Habían quedado huérfanos hacía muchos años, y desde entonces vivían solos en la selva, habitando el rancho que fuera de sus padres.

Sonko era el menor. Alto, fornido y muy trabajador, poseía un corazón tierno, cuyo cariño se volcaba en su hermana, a quien quería como a la madre que perdiera siendo niño.

Pero Huasca no retribuía ese afecto. Por el contrario, siempre se mostraba agresiva con el buen hermano, disputaba con él, lo maltrataba y le hacía padecer en toda ocasión la perversidad que la dominaba.

A pesar de ello, Sonko seguía profesando un profundo cariño a esta hermana cruel.

Tanto la quería, que al ver los jugosos frutos maduros, sólo tenía un pensamiento: recogerlos para Huasca.

Así lo hizo ese día. De vuelta al rancho, cortó los más dulces y sabrosos, los depositó en un canastillo de fibras de yuchán, que él mismo fabricara, y feliz y contento con el tesoro obtenido, corrió hasta su choza a fin de entregarlos a la ingrata.

Mientras corría, pensaba:

"¡Qué contenta se pondrá Huasca! Ella habrá preparado la comida para mi almuerzo, pero yo, en cambio, le regalaré estas hermosas chirimoyas y estas sabrosas algarrobas. ¡Mi hermana es tan golosa! ¡Si su corazón fuera más dulce conmigo! Porque con los demás es muy buena... y es cariñosa... Sólo conmigo es brusca y es mala."

Se detuvo un momento, para comprobar que las frutas no sufrían con la carrera, y continuó sus reflexiones:

"¿Por qué Huasca se mostrará tan dura conmigo? Pero... ¡no importa! Yo conseguiré que me quiera. Con mi cariño lograré el de ella."

Ilusionado por su fe llegó a la choza. Al lado de ésta había un telar rústico, con una manta de vivos colores empezada. Ello le demostró que Huasca había estado trabajando.

Una canción muy suave le llegó desde el interior del rancho. Era su hermana que cantaba.

Alentado y gozoso, al pensar en el regalo que le traía, llamó con voz dulce:

-¡Huasca!... ¡Huasca!... ¡Hermanita!...

Una linda doncella de piel cobriza apareció en la puerta de la choza. La canción se había apagado en sus labios, y una mirada hosca, cargada de rencor, acompañó a sus palabras. Dirigiéndose a su hermano, le respondió en el más brusco de los tonos:

-¡Qué quieres!

Sonko sufrió un desencanto. Le pareció que su corazón se achicaba y le dolía al sentir el desprecio de la perversa doncella. Sin embargo resistió el dolor y nada dijo. Él se había prometido conquistar el afecto de su hermana y no abandonaría la empresa al primer contratiempo.

Con suave voz y tierna expresión, le dijo:

-Mira, golosa, mira lo que he traído para ti.

Al mismo tiempo abrió la cesta cargada de apetitosos frutos, y al verlos, la mala hermana sólo supo exclamar:

-¡Chirimoyas y algarrobas! ¡Cómo me gustan!

Sin una frase de agradecimiento al pobre muchacho, le arrebató la canastilla y entró en el rancho.

El hermano la siguió. No agregó una sola palabra y se sentó dispuesto a almorzar:

En una vasija de barro, la mazamorra se cocinaba al fuego.

Tomó un "puco", y ya iba a llenarlo con el sabroso alimento, cuando su hermana lo detuvo dándole un manotón, al tiempo que le gritaba airada:

-¡Deja eso! ¿O crees que yo cocino para ti? ¡Poca comodidad sería! ¡Pasar la mañana fuera y volver cuando ya está todo hecho! ¡Cuando no hay más que estirar la mano para servirse!

Y, dominante, agregó:

-¡Retírate turay! ¡Cacuy turay!

Pero... Huasca... Yo también he trabajado. He estado recogiendo miel de lechiguana y labrando la tierra pra sembrar... Y ¿quien si no yo cuida nuestra majadita de cabras?

Con el tono más humilde continuó:

-Anda, sé razonable... Sírveme un poco de mazamorra y dame un trozo de patay...

-¡Ya he dicho que no! Si quieres comer, tú te lo has de preparar. ¡Esto es mío! ¡Cacuy turay! ¡Cacuy turay!

-Dame entonces unas chirimoyas de las que traje... -imploró el muchacho.

-Ni una. Para mí dijiste que eran y yo las comeré -terminó inflexible Huasca.

Triste la miró Sonko. Sus ojos brillaron colmados de lágrimas; pero nada respondió.

Cabizbajo salió del rancho. ¿Cómo era posible que su hermana le negara una porción de mazamorra o un trozo de patay cuando él trataba siempre de complacerla? ¿Por qué sería así su hermana? ¿Qué podría hacer él para corregirla?

Sus esperanzas de dulcificar el corazón de la perversa iban perdiendo fuerza. Se sentía incapaz de continuar. Sin embargo, haría una última tentativa.

Ese día lo pasó vagando por el bosque y alimentándose con frutas silvestres.

Entrada la noche, volvió al rancho y se acostó. Una idea fija le impedía conciliar el sueño: cómo lograr el afecto de su hermana.

Por fin, el cansancio lo venció y se quedó dormido.

A la mañana siguiente, muy temprano, volvió a salir de la choza.

Llevaba la intención de conseguir, para su hermana, algo extraordinario, algo que le agradara mucho...

Sonko pensaba:

"Tal vez así, con una dedicación y un deseo de complacerla cada vez mayores, llegará un día en que Huasca corresponderá a este hondo cariño que por ella siento. ¡Qué felices seremos entonces!"

Levantó sus ojos al cielo y, como si hablara con alguien, continuó:

"Viviremos unidos por un afecto profundo y nuestros padres nos bendecirán desde la estrella donde están ahora..."

A su paso, un ave asustada levantó el vuelo. Tan preocupado iba, que apenas prestó atención a este hecho. Tampoco oía el coro de los pájaros que a esa hora era una gloria.

Persistía en su mente la misma idea: merecer el cariño de su hermana.

De pronto, un fruto hermoso llamó su atención. Su color, su brillo y su tamaño lo hacían resaltar entre todos los otros.

¡Ése sería el regalo para su hermana!

Pero, ¡qué alto estaba! Le costaría alcanzarlo... Mas, ¿qué importaban las dificultades cuando el premio iba a ser tan maravilloso?

Y ya no pensó más. Aunque los riesgos eran muchos, lo alcanzaría.

Con la agilidad de un muchacho acostumbrado a trepar árboles y a escalar montañas, Sonko apoyó en una rama baja sus pies calzados con ojotas, y ayudándose con manos, brazos y piernas fue subiendo... subiendo...

Las espinas y las ramas secas arañaban su piel y desgarraban sus ropas. Pero nada importaba. Lo esencial era llegar hasta el hermoso fruto que se ofrecía allá en lo alto.

Continuaba entusiasmado la ascención, cuando lanzó un grito. Una enorme espina se había clavado en su carne. El dolor que le producía era tan intenso que no le permitía sostenerse con la mano herida.

Trato de arrancarse la espina, pero fue en vano. La mano comenzó a hincharse y a tomar un feo color morado.

Debía darse por vencido y abandonar la empresa. Resuelto ya, comenzó a descender.

Una vez en tierra, observó la herida con detención. En un último esfuerzo, arrancó la espina, y la sangre brotó de la lastimadura. Se sintió desfallecer. Su cabeza ardía y tenía la garganta seca.

Con las fuerzas y la desesperación que le prestaba su estado, corrió a la casa. Su hermana sabía preparar un bálsamo con las hojas y las flores del molle... Ella lo curaría y le daría de beber...

Ya le faltaba poco... Un último esfuerzo y llegaría a su rancho.

De lejos divisó a Huasca trabajando en el telar. Cuando estuvo delante, le suplicó:

-¡Huasca, por favor! Quise traerte un fruto hermoso que vi en el bosque, y cuando ya creía alcanzarlo, una espina que se clavó en mi mano me impidió lograr mi deseo. Huasca, hermanita, ¡sufro mucho y tengo sed! ¡Alcánzame un poco de agua!

La hermana se levantó de inmediato. Lo tomó de un brazo y lo ayudó a sentarse.

-¡Oh!. turay... ¡Cómo tienes la mano! Yo te la curaré y traeré agua y miel para apagar tu sed.

Así diciendo, corrió al interior del rancho, y llevando en sus manos un cántaro de barro, fue a una vertiente cercana para llenarlo con agua fresca.

Sonko creía soñar. Mentira le parecía la dedicación de la hermana. Llegaó a bendecir la espina que, al herirlo, le había permitido gozar del cariño y de los cuidados de su querida Huasca.

Corriendo volvió la doncella. Con la carrera el agua que llenaba el cántaro saltaba y caía al suelo salpicando sus piernas desnudas.

Entró al rancho para buscar un "puco" con miel. Con ambas manos ocupadas se presentó ante Sonko.

La ansiedad y el reconocimiento se pintaron en el rostro del hermano. Un dulce bienestar lo invadió al oír que Huasca le decía con dulzura:

-¡Pobre turay! Hermanito..., ¿sufres? ¿Tienes sed? Aquí hay yacu-chiri y miel en abundancia, ¿las ves?

Hizo una pausa, y cambiando de expresión y con la voz ruda de otras veces, agregó:

-¡Pero no son para ti! ¡Prefiero dárselos a la tierra!

Y al tiempo que, ante los ojos azorados del muchacho, volcaba el contenido de las dos vasijas, lanzando una carcajada estridente y burlona, continuó:

-¡Anda tú!... ¡Anda a la vertiente, que allí el agua sobra!... ¡Allí podrás tomar toda la que quieras!

Esto bastó para que el cariño que sentía el muchacho se trocara en un odio intenso contra la perversa hermana.

Un sentimiento de venganza nació en él, tan profundo y persistente, que ya no lo abandonó.

Arrastrándose casi, llegó a la vertiente. Se hechó en el suelo y con avidez bebió el líquido fresco.

Sumergió en el agua la mano herida y se sintió mejor. Un suave sopor lo invadió y a la sombra de un árbol corpulento se quedó dormido.

Cuando despertó, el sol se escondía tras los cerros vecinos. Se levantó y caminó unos pasos. El dolor de la herida persistía.

Decidió ver a la curandera para pedirle algo que aliviara su mal. Y echó a andar en dirección a lo de la "médica".

El canto de los pájaros no se oía ya. Los rumores de la selva se habían apagado. Una estrella lejana brilló en el cielo. La media luz del crepúsculo, con reflejos rojos de incendio, iluminaba la paz de la tierra.

Sólo en el alma del pobre turay rugía, como una tormenta, la venganza.

Con conocimientos de hierbas y emplastos, el muchacho curó. A los pocos días estuvo completamente bien.

¡Cómo había cambiado Sonko! La mirada, antes tierna, era ahora hosca y dura. Su voz había perdido la dulzura de otros días.

Callado y taciturno, continuaba preparando sus planes.

Un día, de vuelta del valle, a donde llevara la majadita de cabras, se dirigió muy resuelto al rancho. Iba a poner en práctica su idea de venganza.

Fingiendo sentimientos que ya no sentía, y con la misma voz de pasados días, llamó a su hermana:

-¡Huasca!... ¡Hermanita! He encontrado para ti algo que te va a dar un gran placer, golosa.

-¿Qué es, turay?

-Una colmena. Si te animas y me acompañas, toda la miel será para ti. La recogeremos y en varias vasijas la traeremos a casa. ¿Me acompañas?

-¡Sí! ¿Sí! En seguida. Ya lo creo que te acompañaré a buscar miel. ¡Si se me hace agua la boca!

-No olvides de llevar un poncho para envolverte la cabeza. Ya sabes que las abejas no abandonan de buen grado la colmena y te picarían sin piedad.

Muy preparados se fueron los dos hermanos. Caminaron entre plantas hermosas de grandes hojas y perfumadas flores. Los piquillines y los mistoles les ofrecían sus frutos dulces. La puya-puya les brindaba sus flores blancas y fragantes. La exuberante vegetación de la selva era allí un maravilloso espectáculo.

Al llegar a un claro del bosque, el hermano se detuvo.

-Aquí es -le dijo-. Envuélvete la cabeza con el poncho, defendiendo tu cara de las picaduras de las abejas. ¿Ves ese árbol tan alto? En la cima está la colmena. ¿Te animas a subir?

-Ya lo creo. Tú me guiarás, pues yo no veré muy bien con mis ojos cubiertos con el poncho.

-No tengas cuidado. Yo te conduciré -la conformó su hermano.

Con mucho trabajo fueron subiendo al árbol que era el de mayor tamaño del lugar.

Una vez que hubo instalado a la hermana, sentada en una horqueta, en lo más alto de la copa, Sonko, fingiendo acercarse a la colmena, sacó de su cintura un hacha y comenzó a descender cortando las ramas que abandonaba.

Así dejó el tronco liso y sin puntos de apoyo para que no pudiera bajar la infeliz Huasca.

Ella, confiada y ajena a lo que sucedía, esperaba que su hermano le indicara la tarea a cumplir.

Cuando Sonko llegó a tierra, se alejó del lugar dejando abandonada y sin defensa a la ingrata hermana.

Pasados algunos instantes, y en vista de que no oía al muchacho, Huasca empezó a temer.

Apartó el poncho de su vista, y lo que vio le hizo temer algo desagradable. Anochecía y su hermano había desaparecido. Lo llamó, primero tranquila, pero al no obtener respuesta, el miedo la dominó.

Con tono quejumbroso y desesperado, que era un lamento, gritó:

-¡Turay! ¡Turay!

Pero el hermano no apareció. Con gran sorpresa de su parte, sintió que sus miembros se endurecían, que toda ella cambiaba de forma y su cuerpo se cubría de plumas. En pocos instantes quedó convertida en un ave cuyo grito lastimero se oía en la quietud de la hora.

-¡Turay! ¡Turay!

Y como recordando la orden que le daba de continuo, repetía:

-¡Cacuy turay! ¡Cacuy turay!

Desde entonces, este llamado, que es un doloroso recuerdo, un verdadero lamento, y que tal vez sea un grito de arrepentimiento, se oye al anochecer, cuando el cacuy se acuerda que fue una hermana cruel y perversa.

Así llama al hermano para pedirle perdón:

¡Turay!... ¡Turay!

Y vuelve a repetir como en otros días:

-¡Cacuy turay!... ¡Cacuy Turay!...

Los que, al anochecer, oyen el grito de esta ave, se estremecen, pues creen escuchar el grito lastimero de una persona. Tal vez es su parecido con el gemido humano.

Referencias

El cacuy es un ave nocturna. Duerme durante el día escondida en algún árbol y aparece cuando el sol se esconde.

Tiene un aspecto desagradable. Su cuello, grueso y corto, sostiene una cabeza chata, en la que se destacan los ojos muy grandes y una boca enorme.

Para posarse busca el extremo de las ramas secas. El color de la corteza es como el del plumaje, pardo con mezcla de negro. Estirada sobre ellas, parece una continuación de la misma rama. En esa forma trata de pasar inadvertida y fuera de la vista de los cazadores.

Hace el nido en los huecos de los árboles con pequeñas ramas y recubre la parte interior con cerdas.

Su canto es un grito quejumbroso y muy fuerte que se oye a gran distancia. Muchos lo confunden con el lamento de un ser humano.

Esta forma de gritar: "¡ca... cuy! ¡ca... cuy!" ha originado el nombre con que la designan los pueblos de habla quichua. Los guaraníes le llaman urutaú.

En la Argentina habita las zonas Norte y Nordeste.

En Tucumán y Santiago del Estero se supone que su grito augura cambio de tiempo.

En Catamarca se tiene la creencia de que, al gritar, anuncia la proximidad de alguna colmena.

Es un ave mágica, se lo llamó antiguamente Kakó Kokó y luego Kakuy por deformación. En Tucumán entre los Lules: Tarpuí - llox; en el Litoral: Urutaú - gueimiene; entre los Jíbaros: Aohó, y en las tribus Guaicurúes: Nabopena - ga-naga. Sus distintas formas de pronunciación se deben a las diferentes lenguas aborígenes.

Su nombre científico es " Nyctibius Griseus Cornutus ".

lunes, 2 de enero de 2012

NOS RENOVAMOS!!!!

NUEVO FORMATO, ACCECIBLE PARA ENTRADAS VIA CELULAR, MÁS VARIEDAD DE TEMAS CULTURALES...
SI QUIERES PUBLICAR MANDA MATERIAL A produccionesdelrey@hotmail.com
https://www.facebook.com/#!/martinrey13 a mjes privados!!!
CON MUCHO PLACER ESPERARÉ MATERIAL QUE SERÁ DIFUNDIDO POR FACEBOOK Y TWITTER!!!
GRACIAS!!!

domingo, 1 de enero de 2012

LEYENDAS ARGENTINAS (Primera parte)

Kóoch, el creador de la Patagonia
(Leyenda Tehuelche)


Según dicen los tehuelches, hace muchisimo tiempo no había tierra, ni mar, ni sol... solamente existía la densa y húmeda oscuridad de las tinieblas, y en medio de ella vivia eterno, Kooch. Nadie sabe por que, un día Kooch que siempre se habia bastado a sí mismo, se sintió muy solo y se puso a llorar. Lloró tantas lágrimas durante tanto tiempo que contarlas sería imposible.Y con su llanto se formó el mar, el inmenso océano donde la vista se pierde. Cuando Kooch se dió cuenta de que el agua crecía y que estaba a punto de cubrirlo todo, dejó de llorar y suspiró. Y de ese suspiro tan hondo fue el primer viento, que empezó a soplar constantemente, abriéndose paso entre la niebla y agitando el mar. Algunos dicen que fue así , por los empujones del viento, que la niebla se disipó y apareció la luz, pero otros opinan que fue Kooch el inventor de la claridad . Cuentan que en medio del agua y envuelto en la oscuridad, deseó contemplar el extraño mundo que lo rodeaba. Se alejó un poco a través del negro espacio y, como no podia ver con nitidez, levantó el brazo y con su gesto, hizo un enorme tajo en las tinieblas dicen tambien, que el giro de su mano originó una chispa, y que esa chispa se convirtió en el sol. Xaleshén, como llaman los tehuelches al gran astro, se levantó sobre el mar e iluminó ese paisaje magnífico: la inmensa superficie ondulada por el viento, cuyo soplo retorcía cada ola hasta verla deshacerce bajo su tocado de espuma. El sol formó las nubes que de allí en mas se pusieron a vagar, incansables, por el cielo, matizando el agua con su sombra, pintándola con grandes manchones oscuros. Y el viento las empujaba a su gusto, a veces suavemente, y a veces de forma tan violenta que las hacía chocar entre sí. Entonces las nubes se quejaban con truenos retumbantes y amenazaban con el brillo castigador de los relámpagos. Luego Kóoch se dedicó a su obra maestra. Primero hizo surgir del agua una isla muy grande, después puso allí los animales, los pájaros, los insectos y los peces. Y el viento, el sol, y las nubes encontraron tan hermosa la obra de Kóoch que se pusieron de acuerdo para hacerla perdurar: el sol iluminaba y calentaba la tierra, las nubes dejaban caer la lluvia bienhechora, el viento se moderaba para dejar crecer los pastos... la vida era dulce en la pacífica isla de Kóoch. Entonces, el creador, satisfecho, se alejó cruzando el mar. A su paso hizo surgir otra isla cercana y se marchó rumbo al horizonte, de donde nunca mas volvió.Y así hubieran seguido las cosas en la isla de no ser por el nacimiento de los gigantes, los hijos de Tons, la oscuridad. Un día, uno de ellos, llamado Nóshtex, raptó a la nube Teo y la encerró en su caberna. Sus hermanas buscaron a la desaparecida a lo largo y a lo ancho del cielo, pero nadie la había visto. Entonces, furiosas, provocaron una gran tormenta. El agua corrió sin parar desde lo alto de las montañas, arrastrando las rocas, inundando las cuevas de los animalitos, destruyendo los nidos, arrastrando la tierra en una inmensa protesta... Después de tres dias y tres noches, Xáleshen quiso saber el motivo de tanto enojo y aparecío entre las nubes. Enterado de lo sucedido, esa tarde, al retirarse detras de la línea donde se junta el cielo con el mar, le contó a Kóoch las novedades, y Kóoch contestó: Te prometo que, quienquiera que haya raptado a Teo será castigado. Si ella espera un hijo, ése será mas poderoso que su padre. A la mañana siguiente, apenas asomado, el sol comunicó la profecía a las nubes agolpadas en el horizonte y éstas, enseguida, se la contaron a Xóchem, el viento, que corrió a la isla y difundió la noticia aquí y allá, anunciándola a quien quisiera oirla. Y el chingolo se lo contó al guanaco, el guanaco al ñandú, el ñandú al zorrino, el zorrino a la liebre, al armadillo, al puma... Despues, Xóchem sopló el mensaje a la puerta de las cabernas de los gigantes, para que no quedara nadie sin enterarse. Así enscuchó Nóshtex las palabras de Kóoch, y tuvo miedo de su pequeño enemigo, que ya vivía en el vientre de Teo. "Voy a matarlos", pensó,"voy a matarlos y a comérmelos a los dos". Golpeó salvajemente a Teo mientra dormía, arrancó al niño de sus entrañas y, sin mirar a su hijo abandonado en el suelo de la caberna, la despedazó. Pero alguien más, adentro de la cueva había escuchado a Xóchem. Era Terr- Werr, una Tuco-Tuco que vivía en su casa subterránea excavada en el fondo de la gruta, dicen que fue ella la que salvó al bebé, la que sigilosamente, en el mismo momento en que el monstruo levantaba a su hijo para devorarlo, le mordió el dedo del pie con todas sus fuerzas , la que escondió al niño debajo de la tierra antes que el gigante pudiera reaccionar... Sin embargo el refugio era demasiado precario. Nóshtex cruzaba la caberna haciéndola temblar con sus pasos de gigante, recorría la isla buscando al cachorito que apenas había visto, a ese hijo que en cuanto creciera iba a traicionarlo. Entónces Terr-Werr pidió ayuda al resto de los animales ¿donde esconder al bebé? ¿ como ponerlo a salvo del gigante? Cuentan que todos los animales hicieron una asamblea para discutir el asunto. Que Kíus, el chorlo, era el único conocedor de la otra tierra que, mas allá del mar había creado Kóoch antes de recluirse en el horizonte, y que propuso enviar allí al niñito. Así comenzaron los preparativos para la fuga secreta. Una madrugada, cuando el hijo, de Toe y el gigante estuvo listo para partir, Terr-Werr lo llevó a las inmediaciones de una laguna, y lo escondió entre los juncos. Desde allí llamó a Kiken, el chingolo, para que a su vez transmitiera el mensaje: todos los animales fueron convocados para escoltar al niño. Algunos, como el puma, se negaron, otros, como el ñandú y el flamenco, llegaron demasiado tarde . El zorrino iba tan contento al encuentro de la criatura que, al ser interceptado por el gigante, no supo guardar el secreto. Así enterado, Nóshex se dirigió a grandes pasos a la laguna , pero no llegó a tiempo para ver como el cisne se acercó al niño nadando magestuosamente y lo colocó sobre su lomo, ni como carreteó luego para levantar vuelo. Solo alcanzó a distinguir en el cielo, un pájaro blanco que, con su largo cuello estirado y las alas desplegadas, volaba decididamente hacia el oeste. Así, en su colchoncito de plumas, se alejaba el protegido de Kóoch hacia la tierra salvadora de la patagonia.

Nota: Kóoch, el creador de la Patagonia, se vé directamente ligado a la segunda parte de la leyenda; "Los inventos de Elal" ya que es él el héroe creador de los Tehuelches.